jueves, 25 de marzo de 2010

Nuevo comienzo

La ciudad está despertando. Son las ocho y cuarto de la mañana y Montevideo comienza a moverse. Se escuchan bocinazos, motores de auto, pero predomina el de los ómnibus. La naturaleza no se oye, palomas caminan sobre las frías baldosas, pero no se siente su movimiento, sus alas al aletear se silencian con el ruido de los monstruosos vehículos.

La gente camina con ritmo, algunos muy apurados y otros pausado, como si les pesara el cuerpo, no se sienten felices de empezar el nuevo día. En la parada, las personas esperan el ómnibus. Algunas solo lo hacen un minuto y otras deben esperar unos cuantos más. La línea del 181 pasa entre cinco y diez minutos, mientras los que esperan el 71 lo hacen por quince o veinte.

La variedad de gente es infinita, de todas las edades y estilos. Individuos de traje, jean, sport, uniformes, y con túnicas de la escuela, las cuales ya perdieron su color blancuzco transformándose en un gris claro. La mayoría está solo, no hablan con nadie ni miran a los demás. Su mirada se dirige a la calle para ver si viene su trasporte y luego al piso.

Una adolescente juega con su hermana pequeña, que no tiene más de cinco años, mientras su madre mira con atención a los ómnibus que llegan. La joven le toca el pelo a su hermana, le habla, ser ríen, desentonan con toda la gente allí que está preocupada por si llegan tarde y amargadas porque no desean ir a hacer sus labores. El amor de ellas ilumina la parada, no la hace ver tan deprimente. Un camión para cerca de ellas. El acompañante, joven de veinte años, mira a la adolescente y le comienza a decir halagos, los cuales son recibidos con desden. A él no le importa, se ríe con su compañero. El semáforo se pone en verde y siguen su camino.

La gente pasa por la vereda con mirada perdida, hacia el suelo o adelante, sin mirar a nadie, se los ve cansados y sin ganas. Los ruidos de los tacos de las mujeres y de los pasos firmes de los hombres, hacen una mezcla única.

El vendedor que se sitúa contra un muro, está sentado y escucha una radio. Su rostro arrugado, denotan los años que tiene encima. En su “carro- mesa” posee galletas y golosinas. Cada tanto viene alguien a comprar. Él se para los atiende y se vuelve a sentar. A su costado tiene una sombrilla, está preparado para cuando pegue el sol allí.

Cada vez la ciudad tiene más movimiento y el sol ilumina más Montevideo.

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