De un jardín hermoso a un aeropuerto odioso

martes, 13 de abril de 2010



Doce años. Esa es la edad que tenía Alejandro Milans cuando le dijeron que iba a abandonar su país para vivir en Alemania. La crisis del 2002 se sentía cada vez más, la gente perdía sus empleos, estaba preocupada y triste y no había dinero. El destino de este niño era irse a un país del primer mundo - en el cual él era ciudadano gracias a su madre- para probar suerte. Sus padres le dijeron que solo sería por un año o dos, pero él sabía que eso no era cierto.

Aprovechó todo el tiempo que pudo con sus amigos, no quería perderse ni un instante con ellos, así que grabó todo en su memoria como si fuera una filmadora. El tiempo pasó volando, entre risas y llanto llegó su último día en Uruguay. Cuando estaba terminando de preparar la valija, vio que entraba al cuarto su mejor amigo con lentes negros y cabeza gacha. Secándose las lágrimas le dio un rosario para que nunca lo olvidara. “Cuando lo mires piensa que estoy allí contigo cuidándote”, le dijo con voz quebrada. Un abrazo y lágrimas sellaron el pacto de no olvidarse nunca.

Dejaba toda una vida atrás, su país, familia, amigos y perra. Mientras iba al aeropuerto en lo único que podía pensar era en todo lo que había perdido y en lo difícil que sería su vida en un país extraño. No conocía a nadie allá, ni sus costumbres ni idioma. Se iba con su madre y hermano, su padre se quedaba para tratar de vender la casa y todas las cosas que no se iban a poder llevar. Antes de embarcar, su padre lo abrazó tan fuerte que Alejandro se estremeció y deseo que nunca lo soltara.

Al pisar tierra alemana se le paralizó el corazón. Ese monstruoso aeropuerto no se parecía nada al de su país. Quería tomarse el primer avión de vuelta y regresar a Uruguay con sus amigos. No podía creer que ayer estaba en un país tan pequeño con árboles, pasto, pájaros y playa donde se mire y ahora donde había miles de personas y de edificios.

Luego de unas semanas, comenzó las clases en un Colegio en Berlín. Fue su peor pesadilla, era un extraño, se veía, hablaba y actuaba diferente a los demás. Él venía de un país pequeño, inexistente para la mayoría del mundo, no sabía hablar alemán, y no tenía mucha plata así que no se vestía como los otros chicos. Sus compañeros lo discriminaban. De a poco fue aprendiendo el idioma, pero todavía le costaba así que no se sacaba buenas notas.

Todas las noches se acostaba y tardaba horas en dormirse, pensando en sus amigos. Le pedía a Dios con ojos llorosos volver con ellos.

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